Este capítulo gira principalmente entorno a la temática de la educación moral dentro del mundo deportivo y lo que puede aportar ésta para el desarrollo integral de la persona. Arnold comienza exponiendo como hay una gran tradición teórica que considera el deporte como algo “no serio”, contrario a otras cosas “serias” que son las que se deberían de aplicar en la enseñanza. La base de la afirmación de que el deporte no es serio no radica en el enfoque o en la actitud de los jugadores en cuanto a lo que practican, sino a la estimación de lo que hacen es moralmente inconsecuente. Arnold afirma que estos argumentos provienen de una visión apresurada y errónea del deporte.
De esta forma, considera que las teorías de Huizinga (1970), sobre el juego (que ya conocíamos al trabajarlas en alguna asignatura de la carrera), contribuyen a esa visión poco seria, alejada de la realidad: “Posición de actividad libre, bastante conscientemente al margen de la vida `ordinaria´, y no `seria´”. Estas teorías de Huizinga influyen según Arnold, en la consideración como educación como iniciación, plasmada en las aportaciones de Dearden (1968) y Peters (1966). Estas teorías han asociado el juego y lo “no serio” con el deporte, e indirectamente con la educación física, lo que dificulta su espacio en el currículum como algo valioso.
En las siguientes líneas Arnold realiza una disertación de cómo en el deporte sí que hay unas consideraciones éticas y morales integradas en la práctica. En el deporte aparecen cuatro factores ligados a lo moral. El primero de ellos es la capacidad cognitiva, que incluye la capacidad evolutiva de pensar en términos de rectitud y de principios. En segundo lugar el conocimiento de las reglas. En tercer lugar la aparición de una serie de actitudes, sentimientos y disposiciones hacia las reglas, los árbitros, compañeros y adversarios. El cuarto factor recogería los anteriores y sería la aplicación práctica en el juego de todo lo anterior. Una de las cosas que valora Arnold del deporte es su imparcialidad. El garantizar mediante el reglamento que tanto unos como otros cuenten con las mismas oportunidades de éxito y de fracaso. Negando todo aquello que sean trampas y trucos que vayan en contra del reglamento. Además, Arnold señala que el juego limpio en el deporte no radica tanto en las actuaciones del árbitro sino en las propias acciones de los jugadores y los motivos que les hacen comportarse de ese modo, dando oportunidad a que cada uno desarrolle su propio carácter moral. También el deporte sirve para trabajar el carácter moral, ya que ayuda a cultivar una serie de cualidades humanas admiradas como la lealtad, el valor, el compañerismo, la resolución… cualidades que aparecen frecuentemente en el deporte. En esta línea anterior, creo conveniente citar unas palabras de Maraj (1965:107):
“No existen en la vida cotiniana muchas situaciones que proporcionen como el deporte, el tipo o el número de oportunidades que susciten las cualidades consideradas deseables”.
El problema está en como dice Arnold, que algunos educadores siguen considerando al deporte en términos de juego y recreación como distracción de la vida real en vez de ser una prolongación de la misma. Hecho que ha influido en que una gran parte de la sociedad la considere una materia marginal dentro del currículum y una asignatura “María”. Las conclusiones del autor en el capítulo son que el deporte, al igual que la educación, se interesan por lo moral tanto como por lo racional, y el deporte al promocionar tanto un conocimiento práctico como una conducta moral debe de ser considerado como educativo, además de que ayuda a los individuos a la autoformación basada en principios, tanto dentro del campo como fuera de él.
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